Infinito
- ¿Qué es lo más anhelado por los hombres y mujeres?
- Que nos recuerden – me dijo el anciano mirándome fijamente a los ojos.
Esto me hizo pararme a pensar unos segundos cuando me dirigía al centro infantil para dar clases a los niños y niñas.
¿Realmente quiero que me recuerden? -me pregunté. Y ¿cómo puedo hacerlo?, ¿qué es lo que realmente recuerdan de ti? – Tú nombre.- me contestó mi vocecita.
Así que hice la prueba. Tenía claro que los niños y niñas del centro se acordarían, después de unos largos meses sin aparecer, de mi nombre. Llamé al timbre, ilusionada como la primera vez que fui, y feliz de volver a un lugar maravilloso donde me permitían ser yo misma y educar en inteligencia emocional. Entré y mi sorpresa fue que la mayoría de los niños y niñas no eran los mismos y otros sí. En el aula, donde antes había impartido talleres, uno de los niños con el que anteriormente había tenido más trato, levantó la cabeza y me dijo: ¡Hala, profe, te has cambiado el color de pelo!, yo me reí y le dije que sí, y siguió con su juego. Al dirigirme a otra sala, había una niña, que yo tenía realmente admiración porque siempre me recordaba a mi hermana pequeña y es muy lista, al verme se levantó a darme un abrazo y me dijo: ¿Te has hecho algo en el pelo?, al seguir caminando por el pasillo, su hermana me vio y salió corriendo a darme un fuerte abrazo, como solo los más pequeños saben hacerlo desde lo más sincero de su corazón, me ilusioné mucho y la pregunté que cómo estaba, su contestación fue: ¡muy bien! ¿Cómo te llamabas?.
Pasado un rato, realizando el taller con otros niños, se acercó la primera niña con su hermana, y me preguntaron mi nombre. Me eche a reír y las contesté, ¿qué pasa que no os acordáis de mí ninguna de las dos?, y en ese momento, en ese preciso instante es donde comenzó, para mí, la auténtica magia. Sus ojos claros me miraron, contestándome : ¡si claro!, tú eres la que siempre nos preguntabas cómo nos sentíamos, las que nos abrazabas y jugabas con nosotras los días más tristes, la que bailabas y nos enseñabas a relajarnos, eres la profe de la que por las noches nos acordamos cuando vamos a leer un cuento, como tú nos hacías, para conocer nuestras emociones. ¡Guau! – me dije a mi misma.
Me alegré mucho al escucharlas y mi corazón dio un brinco de alegría, ya que me di cuenta que la autentica eternidad sí existe y no es solo porque no recuerden tu nombre, si no lo que haces sentir a las personas con tu actitud, con lo que haces, por lo que entregas y lo más importante con tu ejemplo.
La mente tiene demasiada información, demasiadas distracciones, pero lo que haces de corazón se queda eternamente en el corazón de otras personas y eso no se olvida fácilmente, eso te hace eterno e infinito …
Un abrazo al corazón
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